De su trabajo, Carlos Martí Arís ha dicho lo siguiente:
Puede
parecer extraña la idea de basar la definición de arquitectura, una
actividad intrínsecamente ligada a la materialidad, al peso y a la
voluntad de permanencia, en algo tan intangible como la luz. Sin duda se
corre un cierto riesgo al colocar un fenómeno tan cambiante y
evanescente como la luz, en el centro mismo de la arquitectura que es
siempre acción enérgica y visualización del persistente esfuerzo del ser
humano para encontrar su lugar en el mundo. Y, sin embargo, puede
afirmarse que sólo cuando la luz ha sido domesticada y controlada
mediante artefactos que regulan nuestra relación con ella o permiten
canalizarla hacia ese objeto que queremos destacar, es decir, sólo
cuando somos capaces de convertir la luz en instrumento que moldea el
espacio y lo individualiza, a la vez que lo reintegra a la universalidad
de las leyes cósmicas, y sólo entonces, cabe hablar con propiedad de la
arquitectura como arte, como facultad del espíritu, y de aquellos que
la ejercen como verdaderos arquitectos. Así opera el verdadero
arquitecto con la luz, enredándola en sus artificios, convirtiéndola en
obediente protagonista de un acto ritual cuyo guión sólo él conoce. Así
procede Elisa Valero, observando el problema de frente con actitud
atenta y expectante, manteniendo firmes los ejes que rigen el proyecto y
amoldando la construcción a las circunstancias que el lugar va
desvelando al arquitecto, susurrándole al oído sus secretos.
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